Puede que no seáis conscientes de ello, pero es muy posible que ya estéis utilizando dispositivos vinculados al Internet de las Cosas (IdC) sin ni siquiera saberlo. Frigoríficos que contactan por sí mismos con supermercados para así poder reaprovisionarse, calefacciones o aires acondicionados activados a distancia, antes de que lleguemos a casa, pulseras que nos informan sobre nuestras constantes vitales y actividad física cuando hacemos deporte… son solo algunas de las aplicaciones más o menos cotidianas del Internet de las cosas. Un término referido a todo objeto que conste de un identificador conectado a Internet, y que sea capaz de transferir datos a través de la Red sin necesidad de utilizar un ordenador u otros dispositivos como tabletas o teléfonos móviles.
Lo que a su vez implica un grado de integración de las posibilidades de Internet como herramienta de gestión y control, llevada a cabo en este caso desde objetos aparentemente ajenos a lo informático, capaz de gestionar entornos relacionados con el transporte, seguridad o, también, educación.
Aproximación histórica a un fenómeno cotidiano
En el año 1999 el informático Bill Joy pronunció un discurso, en el marco del Foro Económico de Davos, en el que apostaba por la llamada comunicación D2D, acrónimo fonético de Device to Device (o De dispositivo a dispositivo, en su traducción literal al español) como parte de la estructura de la red que bautizó como Seis Webs, Una estructura compuesta por la Red próxima, la Red de aquí, la Red lejana, la Red rara, la B2B, dedicada intrínsecamente a los negocios, y, finalmente, la D2D, referida a sensores ajustados a sistemas urbanos para una mayor eficiencia en su funcionalidad. Pero a pesar de lo visionario de su taxonomía, que sumó una nueva aportación a la fama recabada por Joy de revolucionario de la informática, la distinción de las Seis Webs, y el D2D, cayeron en el olvido hasta que el informático Kevin Ashton publicó en el diario RFID el artículo Esa cosa del “Internet de las cosas”, en el año 2009.
Desde entonces, la conectividad entre diferentes objetos vinculados a través de la Red de Internet no ha dejado de crecer, aunque muchas veces lo haya hecho de forma casi imperceptible para la ciudadanía de las ahora llamadas, gracias al IdC, Smart cities y, dentro de la comunidad educativa, siguiendo algunas de las directrices conectivistas de Stephen Downes y George Siemens.
Ventajas y prejuicios de su aplicación educativa
Una implementación necesariamente lenta, y que aún sigue en proceso de solidificación, que responde, como no podía ser de otra forma, a la cautela con la que debe implementarse un cambio de estas proporciones en un entorno tan importante para el desarrollo de las personas como es el educativo, independientemente del valor de su uso pedagógico que os apuntamos a continuación:
- Contemplado desde una óptica pedagógica, el IdC permite poner en práctica las mentadas ventajas del aprendizaje conectivista; entendido en parte como un aprendizaje que se da en entornos digitales que no son enteramente controlados por los aprendices. Lo que a su vez implica una mayor elasticidad en el proceso de aprendizaje del alumnado, permitiendo combinar mediante la educación expandida un aprendizaje presencial con uno a distancia y permeando las de ya de por sí bastante borrosas fronteras existentes entre aprendizaje formal e informal, gracias a estos objetos conectados a la Red.
- En ese mismo sentido, la puesta en práctica educativa del IdC en una Smart City gestionada igualmente desde esa misma metodología permite un mayor aprovechamiento del entorno social como fuente de aprendizaje, a través del Aprendizaje servicio, o del Aprendizaje mediante Realidad Aumentada (RA).
- Desde una perspectiva meramente estructural y económico, el control energético del centro escolar a través del IdC permite un grado de ahorro más que notable, por automatizado a las necesidades de cada momento, teniendo en cuenta factores como el clima o la afluencia escolar, entre otros. Lo que a su vez posibilita una mayor sostenibilidad de los centros que hagan uso del IdC.
Pero, como os decíamos hace unas pocas líneas, todo cambio -y, repetimos, más si se trata de uno de estas proporciones- implica también una serie de potenciales inconvenientes, igualmente gestionables siempre que se tengan en cuenta, y que os los planteamos aquí:
- Aunque pueda parecer una obviedad, no debe perderse de vista que el uso del IdC implementado en un centro educativo depende, y como, de que éste goce de una buena conectividad a la Red de Internet. De lo contrario, su implantación será más un estorbo que la ventaja que puede ofrecer, siempre que la escuela en cuestión esté preparada para ello. La expansión, prevista para este 2020, de la tecnología 5G, probablemente cubra y sobrepase todas las necesidades estructurales que plantea el IdC, pero en cualquier caso este es quizás el factor más importante a tener en cuenta de cara a su implementación, ya sea dentro o fuera de las escuelas.
- Existe un leve, pero no menos real, riesgo de seguridad, y de posible pérdida de privacidad, derivada de la pérdida de control de la escuela sobre los objetos interconectados a través de la Red, ausente cuando no se utiliza el IdC. Lo que a su vez implica un conjunto de protocolos en ciberseguridad que pueden ser costosos, y no siempre todo lo eficientes que deberían.
Para saber más:
Artículo: Internet de las cosas (IdC): Educación y Tecnología, por Salvador Ruiz Bernés, Alejandro Ruiz Bernés, Verónica Benites Guerrero, Aurelio Flores García, María Magdalena Sandoval Jiménez, Martha Ofelia Valle Solís, Imelda de Jesús Vázquez Arámbula.
Video: TEDxPuraVidaSalon: El internet de las cosas y Big Data, por Theodore Hope.