Como bien sabréis, escuchar a vuestro alumnado, para así comprender sus necesidades y poder acompañarlo durante su proceso de aprendizaje, es una de las bases imprescindibles para una enseñanza digna de tal nombre. Lo que no significa que en ocasiones no resulte una tarea complicada, ya sea porque los estudiantes, especialmente durante la adolescencia, no estén por la labor de ser escuchados, o porque el número de alumnos por aula haga harto difícil el poder atender las necesidades de todos y cada uno de ellos. Pero, en cualquier caso, y como creemos demuestran la siguiente película y novela, una escucha activa, o su ausencia, pueden marcar la más importante de las diferencias en su educación: el sentirse acompañados o, por el contrario, sentirse víctimas del abandono.
Una película… El indomable Will Hunting, de Gus Van Sant
El joven Will (interpretado por un igualmente joven y por entonces casi desconocido Matt Damon), es un chaval que quema sus días junto a sus amigos, con los que comparte tiempo libre y trabajo en la obra, sin atender lo más mínimo a sus sobresalientes aptitudes, propias de un superdotado. Hasta que uno de sus profesores (Stellan Skarsgård) descubre la excepcionalidad intelectual de Will, quien se ve en la tesitura de elegir entre la comodidad de su vida actual y el desarrollo de sus capacidades, tal y como el terapeuta Sean Maguire (Robin Williams, que ganó el Oscar por su interpretación) intenta conseguir, desde la escucha de las necesidades y ambiciones personales del joven.
Prácticamente un paradigma del llamado cine independiente estadounidense de la década de los noventa, venido, para más inri, de la extinta productora Miramax (entonces buque insignia del “nuevo” y joven cine norteamericano), El indomable Will Hunting fue también una de las sorpresas en taquilla de 1997, cuando se hizo, además, con dos de los nueve premios Oscar a los que estuvo nominada. Pero, más allá de su buen paso por las taquillas y críticas de todo el mundo, esta película firmada por uno de los popes del cine independiente venido del otro lado del atlántico (y cuyo guion, escrito cuatro manos por el propio Damon y un también primerizo Ben Affleck, quien interpreta al mejor amigo de Will, se hizo con el Oscar) es también una agradable historia de amistad, superación y, sí, necesidad de escucha como mecanismo imprescindible para el desarrollo personal, no solo del alumno que representa el personaje de Damon, si no también de aquellos que le rodean e intentan asesorarle.
…y una novela, Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley
Poco puede decirse, que no se haya dicho ya, sobre esta novela firmada por una jovencísima Mary Shelley (1797-1851) cuando apenas contaba con 18 años de edad. Escrita durante unos días en Villa Diodati, en Suiza, donde por entonces residía el poeta Lord Byron (1788-1824), junto al marido de la autora, Percy B. Shelley (1792-1822), y el médico John Polidori (1795-1821), Frankenstein o el moderno Prometeo alcanzó pronto una enorme popularidad desde su primera edición, el 1 de enero de 1818, provocando mil y una lecturas sobre las múltiples capas dramáticas y tonales que recubren una historia que, vista hoy y gracias a las incontables adaptaciones cinematográficas libres hechas sobre la novela, es casi un arquetipo. Esquivando admirablemente un juicio moral claro sobre lo que en ella se explica, Frankenstein o el moderno Prometeo narra cómo el doctor Victor Frankenstein se esmera en crear vida donde no la hay, con pedazos de cuerpos muertos que, una vez unidos y electrificados, resucitan como una única conciencia de aspecto terrible, provocando el rechazo frontal de su creador y de prácticamente todos los que se cruzan en su errático camino.
Aunque, al contrario de lo que ocurre en las más famosas (y moralistas) películas basadas de un modo u otro en el original de Shelley, el Monstruo de la novela es particularmente articulado, capaz de expresar con un grado de precisión (cuando menos, sorprendente) sus sentimientos y razonamientos a su espantado padre quien, sin embargo, lo abandona sin el más mínimo rastro de compasión. Todo un ejemplo de falta de escucha por parte de una figura, la de Frankenstein, equiparable a la de un padre ausente, a una divinidad que condena su propia creación… o a la de un docente cuya cerrazón mental y falta de escucha hacia aquel al que se le presupone un igual (un humano) lo convierte en un monstruo resentido con el mundo al que ha sido arrojado. Una obra maestra de la literatura que, como decimos, funciona a varios niveles, pero cuya base dramática pivota en gran parte sobre una venenosa incomunicación y falta de sentido de la alteridad entre criatura e irresponsable creador, trasladable a las figuras del alumno incapaz de valerse en una sociedad creada por sus mayores, y del docente que se niega a asumirlo como interlocutor válido, capaz de tomar sus propias decisiones.
Para saber más:
Fragmento: Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley.
Artículo: ¿Por qué Frankenstein? Una experiencia de aula integradora, por Beatriz Centurión, Dario Dalmás, Mary Do Carmo, Susana Finozzi, Gabriela Flores, Gabriela y Mirtha Laxague.
Audio: Victor Frankenstein y su criatura toman la escuela, por UNED Radio.