Últimamente en boca de todos, la resiliencia es la capacidad de todo ser humano para adaptarse positivamente a las situaciones más adversas. Esta es, pues, una cualidad intrínseca a nuestra especie que, sin embargo, varía en intensidad de un individuo a otro, dependiendo de factores tan variables como puedan ser el entorno familiar, social o, también, el cultural. Un valor de indudable peso pedagógico no exento de cierta polémica por su capacidad para hacer asumible lo inadmisible en contextos ajenos a la pura supervivencia, y que se convierte, por varias razones, en el pilar fundamental de la siguiente película y novela.
Cadena perpetua, de Frank Darabont
Basada en el relato corto escrito por Stephen King en 1982, la hoy clásica película Cadena perpetua se estrenó en 1994 sin pena ni gloria. Y eso que siendo la primera película de su director (un Frank Darabont que podríamos decir que volvió a abordar en su creación más famosa, The walking dead, el tema de resiliencia desde una perspectiva en las antípodas de la que aquí nos ocupa), este sobrio y precioso film protagonizado por unos inolvidables Tim Robbins y Morgan Freeman fue saludado con un total de siete nominaciones a los premios Oscar. Un reconocimiento público que no dio sus frutos hasta que la película fue comercializada en el mercado doméstico, para una historia de almibaradas posibilidades que se convirtió, en manos de Darabont, en una de las mejores muestras que de la superación humana dio cuenta el cine estadounidense durante la pasada década de los noventa. La historia de Cadena perpetua es tan sencilla que roza lo arquetípico: en 1947, el vicepresidente de una entidad bancaria, Andy Drufesne (Robbins) es acusado del asesinato de su mujer y el amante de esta. Dufresne niega su culpabilidad, pero es igualmente hallado culpable y condenado a dos cadenas perpetuas en la prisión estatal de Shawshank. Allí, entre las palizas perpetradas por parte de los guardias de seguridad y el continuo acoso y violaciones a las que se ve sometido por algunos de los prisioneros, conoce a Red (Freeman), el mayor contrabandista de la prisión, con el que traba una sólida amistad a lo largo de sus años de condena, durante la que se gana el favor del alcaide y el resto de los reos sin perder nunca ni su integridad ni sus ansias de recuperar la libertad.
Todo un catálogo de buenas intenciones sobre el papel, que su desarrollo y sobriedad estilística convierten en todo un canto a la resiliencia entendida como una difícil e inestable forma de adaptación en la que se combinan una férrea integridad moral con la inteligencia de saber huir hacia adelante cuando todo parece haberse perdido. Y, en cualquier caso, un clásico moderno.
El buen soldado Švejk, de Jaroslav Hašek
Considerada uno de los hitos de la literatura checa, esta novela inacabada y publicada entre los años 1921 y 1922, narra las desventuras del soldado Švejk −sosías autobiográfico del autor− durante la Primera Guerra Mundial, que duró cuatro años y empezó con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo, en 1914. Un acontecimiento histórico que tiene lugar un día antes del comienzo de El buen soldado Švejk, en la que joven patriota Josef Švejk es primero detenido por haber conjeturado, desde la barra de una taberna, el inicio del conflicto, para ser mandado al sanatorio. Al salir de allí es reclutado por el ejército austrohúngaro, que le envía al frente entre los extraños cumplimientos del soldado Švejk, capaz de convertir en delirante la más terrible orden militar. Clásico de la novela satírica, y capaz de poner en solfa la validez no ya de la propia guerra sino del estamento militar en sí mismo considerado, El buen soldado Švejk supone tanto el retrato del brutal absurdo de las contiendas militares como de una mentalidad, la del soldado protagonista, que de puro elástico oscila entre la rematada estupidez que lo aboca a todas las desgracias habidas y por haber y la brillantez que le permite salir airoso de todas ellas. Cosa que consigue, en la mayoría de ocasiones, gracias a una de las mayores y más gozosas armas de las que se sirve la resiliencia, pese a que también es la primera en ser puesta en tela de juicio cuando la situación deviene insostenible: el sentido del humor.
Una comicidad que leída casi un siglo después puede parecer algo inocente, pero que se ve fortalecida en su falta de cinismo como rebelde dique de contención ante lo inhumano de la guerra que le sirve de marco. Y todo pese a revelar también una de las áreas más oscuras del valor que aquí nos ocupa: la utilización de la resiliencia para hacer soportable cualquier situación, por muy injusta que esta pueda ser, y así evitar un rechazo frontal por parte de los afectados que pueda evitarla en primer lugar. Lo que, en ningún caso, ni invalida la lectura de El buen soldado Švejk ni tampoco el sentido del humor en general como vacuna contra la seriedad que suele acompañar los momentos más duros.
Para saber más:
- Artículo: La experiencia traumática desde la psicología positiva: resiliencia y crecimiento postraumático, por Beatriz Vera Poseck, Begoña Carbelo Baquero y María Luísa Vecina Jiménez.
- Artículo: Guía didáctica audiovisual: Cadena Perpetua, por Asier Martín Lobato.
- Texto: La resiliencia en entornos educativos, por Anna Forés Miravalles y Jordi Grané Ortega.